martes, 7 de junio de 2011

#monográficoReverte

A veces se te ocurre una de estas ideas estúpidas que parece que no van a llegar a ningún sitio... y cuando la pones en marcha, el resultado es más que perfecto :)

En clase de literatura debíamos elaborar una monografía o un diario de lectura. Yo me decanté por la primera opción, puesto que siento una gran admiración por Arturo Pérez-Reverte, y me parecía una buena oportunidad para profundizar un poco más en su obra.

Lo más curioso de todo es que pensé que sería una fantástica idea twittear el proceso de creación de este monográfico (el mérito del hashtag es de @dlacasta). Poco a poco, a medida que las páginas iban tomando forma, añadía un enlace, una breve descripción de lo que estaba haciendo, etc.

Os dejo aquí el enlace para seguir el hashtag #monográficoReverte :) Me gustaría dar las gracias a @generalmurdock, @generalclanajan, @binbonban, @FuenKio y especialmente a @vlad29, que nunca ha faltado a una cita con este blog que no hace más que dar tumbos por la red.

Agradezco cualquier tipo de opinión, grito, improperio, alabanza, consejo o chapadica en la espalda. ¡GRACIAS!

Patente de “bolso”: Mi plato de macarrones

Una semana de clase. Semana y media, diría yo. Termina un curso plagado de exámenes y trabajos que muchos han odiado por culpa de nuestro sistema a la “boloniesa”. A mí eso me suena a salsa para la pasta, pero tampoco es que me dieran a elegir a mí el nombre. Con la bandera europea a la espalda, muchos se han empeñado en defender un sistema bien planteado, pero patéticamente ejecutado.

A una le gusta que le enseñen. Que le instruyan, y más si está pagando un ojo de la cara por cada clase a la que asiste. Los agobios y las prisas son causas de una terrible predisposición de mi calendario a hacerme la vida imposible. Ahí entono el mea culpa. Ahora bien, ¿de qué sirve tanta metodología y tanta clase magistral, si luego hacemos lo que nos da la gana? Se me cae el alma a los pies cuando leo en los periódicos titulares de medio pelo y destacados que bien podría haber escrito mi santo perro con un bolígrafo de caramelo entre las zarpas.

Los jóvenes de ahora vamos “a otro rollo”. Somos de otra pasta, eso no se puede negar. Hace tiempo que me perdí entre la generación Y y la Z, y ya no sé si formo parte de los números negativos de la educación española o soy una oveja más del sistema que acaba de perder el redil. La cosa es (y ojo, que esto que viene tiene importancia) que la última palabra la tenemos nosotros. Un chaval, como los llaman ahora, de 18 años no se va a poner a estudiar por mucho PC interactivo que le pongas delante. Ni aunque le enseñes la lección por Facebook.

Se ha perdido el interés, y con ello, el valor del esfuerzo y del trabajo. La educación ha desaparecido con un sonoro portazo mientras la sociedad estaba a otra cosa con las orejas llenas de cera sensacionalista. Lo queremos todo hecho, y lo queremos ya. Porque si el profesor no nos lo da, lo encontraremos en Internet, que para eso está. No, señores, así no se puede. Que somos nosotros (y nadie más) los que vamos a estar tirando del carro en los años venideros, y me da en la nariz que no vamos a saber ni dónde está el norte.

Mientras la juventud piensa en el verano de tumbona y playa, a mí me da pena mirar la tele. La cosa va de mal en peor, y estamos todos esperando un milagro del Santísimo a ver si se nos apaña la crisis y encontramos trabajo cuando acabemos este curso de acceso directo al paro que es la carrera. ¡Menudo plan! Y luego nos reímos de los abuelos que, apostados en vallas de obra, se quejan de todo y de nada a la vez.

Nos hemos convertido en una sociedad que mira pero que no ve nada, y ya de actuar ni hablamos. Se nos sube la fama a la cabeza con las acampadas en las plazas mientras el cerebro se nos pudre de tanta desinformación. Y nosotros, quietos en la mata, no nos la vayan a quitar. Diría que me rindo, pero no me da la real gana. Una se cansa de hablar por hablar mientras vamos dejando de lado oportunidades de crecer como personas. Este intelecto que tenemos parece que solo sirve para sujetar el pelo (muy cuidado, por cierto) y que no se nos caigan las orejas.

Una revolución retransmitida por Internet no nos va a dar de comer a fin de mes, y tal y como está el panorama será mejor que nos pongamos las pilas, porque el futuro está parcialmente nuboso y con posibilidad de chubascos. Para cambiar las cosas hay que saber primero a qué nos estamos enfrentando, y eso consiste en quedarse sentadico mientras un individuo que sabe más que tú te explica por qué las cosas son así o asá. Luego ya llegarás a tu casa y te pondrás la lección de gorro, pero deja al menos que te riegue un poco esa corteza cerebral que tanta falta te hace.

La cultura se ha perdido entre litronas y bolsas de hielos, y nos hemos quedado tan tranquilos. Un bandarra dando gritos en el metro no nos va a descubrir nada nuevo, al igual que tampoco lo harán estos escritores panfletarios que lo deben de tener ya todo sabido (o eso dicen). El momento es ahora, pero para seguir hay que tener una base que no la da otra cosa que no sea un poco de interés por el mundo en el que tenemos los pies plantados. Se nos van las oportunidades, y nosotros seguimos aquí comiéndonos los mocos como colegiales.

Nos va a faltar el pan (para acompañar los mocos, digo), y será culpa nuestra por haberlo malvendido al primero que nos ha dado una salida fácil. Y eso, queridos míos, no hay plato de pasta a la “boloniesa” que lo apañe.

lunes, 6 de junio de 2011

Dos semanas

Me río. Me río de ti y de mí. De nuestra imagen en mi cabeza. De una sonrisa de niña en mi cara.

Mientras las gotas siguen golpeando el cristal vuelvo a plantearme el verano por enésima vez. Algo distinto, con las agujas y los relámpagos de dolor bajo llave en un cajón. Imagino eternas salidas en bípeda, mañanas de río y caminos, tardes de cerveza o café. Las noches de salsa y de vida. También imagino trabajo. Toneladas de cosas que hacer frente al ordenador. Pero también trabajo personal. Trabajo de escritora (qué ilusa). Creatividad. Y riesgo.

No sé arriesgarme. No para esto. Seguiré escondida entre mi jersey de gigante y mis coletas infinitas. Pensaré que no pasa nada. Y tú también lo harás. Así, por lo menos, uno de los dos puede marcharse tranquilo.



"Es capaz de nadar en el mar más profundo. Igual que un superhéroe de salvar el mundo. "